El lema en 2012 es AGUA Y SEGURIDAD ALIMENTARIA, por lo que nos parece pertinente compartir un fragmento del artículo ALIMENTOS Y AGUA PARA TODOS, publicado en el libro de reciente aparición “Las reflexiones de Aguaxaca: Repensar el Agua”.
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Los defensores de la visión neoliberal dan la espalda al verdadero origen de la condición actual y recomiendan más de lo mismo: libre comercio, inversiones privadas, fertilizantes y, de modo insistente, abrir las fronteras a los transgénicos. Un artículo de The Economist, el semanario liberal británico, atribuye la crisis a “la pérdida de vigor de la revolución verde”. Afirma que el éxito de este programa hizo que disminuyera la investigación y la infraestructura. Por supuesto no menciona que la revolución verde implicó para los países del Tercer Mundo una gran dependencia tecnológica y económica, un excesivo gasto de agua, aparición de nuevas plagas, deterioro de los suelos y desaparición de técnicas locales, ni tampoco el negociazo que ha sido para las empresas comercializadoras de granos –encabezadas por Cargill– que con la venia del gobierno acapararon en México 60 por ciento de la cosecha de maíz otoño-invierno. Cargill, por sí sola, obtuvo durante los tres primeros meses de 2008 beneficios 86 por ciento mayores que durante el mismo periodo del año pasado.
Lo cierto es que ahora hay más hambre en el mundo de la que había hace unos años, al punto de que ya ha habido saqueos y robo de cereales en campos, bodegas y tiendas; caos, pillaje e incendios, pero la causa de esa hambre no es la falta de comida, sino que millones de personas no pueden comprarla. El monopolio de la industria alimentaria mundial hace que el hambre de muchos sea la riqueza de pocos y que la comida funcione como un instrumento de presión imperial: los productos agrícolas son una de las principales mercancías de exportación de Estados Unidos.
Y si el volumen de la cosecha de granos en 2007 alcanzó un récord mundial, ¿cuáles son entonces las razones de que se hayan elevado los precios? Luis Hernández Navarro señala que dentro de la crisis general del modelo de producción agropecuario, altamente dependiente del petróleo –suben los precios, suben los costos de producción– y basado en la lógica de las ventajas comparativas y el libre comercio, el alza se debe a la confluencia de cinco factores: utilización de granos básicos para hacer agrocombustibles, incremento de los precios de los insumos, efectos del calentamiento global en la agricultura, cambios en el patrón de consumo alimentario y especulación en la bolsa de valores.
El problema no es –todavía– la falta de alimentos, sino que la población mundial consume directamente apenas la mitad de los granos que se cosechan; el resto es alimento para vacas y coches. Ha aumentado el consumo de carne de res, pero para producir 1 kg. de carne en pie se necesitan 8 kg. de cereales. Por otro lado, no hay en el mundo suficiente tierra agrícola para producir simultáneamente granos para la alimentación humana y para “dar de comer” a los coches y, contrario a lo que se afirma, los transgénicos no pueden resolver esta crisis, más bien la agravarían.
La solución en realidad está en manos de 450 millones de pequeños productores a los que por todos los medios se ha tratado de expulsar de sus parcelas y que son quienes están en riesgo de hambruna. Tres cuartas partes de los pobres del mundo sobreviven de la agricultura y 95 por ciento de los campesinos viven en países pobres. También hay que impulsar políticas públicas que defiendan la soberanía alimentaria de las naciones. Hoy más que nunca la agricultura debe estar fuera de la OMC.
El agua en la agricultura
La producción agropecuaria enfrenta además la creciente escasez de agua. Oficialmente la agricultura es la industria más sedienta del planeta; consume un asombroso 72 por ciento de toda el agua dulce del mundo, en momentos en que 80 por ciento del agua disponible está siendo sobreexplotada. Esto no ha sido siempre así. Tradicionalmente los cultivos se restringían a las áreas más adecuadas: en las regiones con poca humedad se cultivaban especies con tolerancia a la sequía y en las zonas húmedas las que requerían agua abundante. A lo largo de la segunda mitad del siglo pasado, el comercio global condujo a la producción de granos en el mundo entero, sobre todo cultivos intensivos de cereales –principalmente trigo, maíz y arroz. Estos cereales sedientos representan ahora más de la mitad de las calorías basadas en plantas que se consumen en el mundo y 85 por ciento del total de la producción de granos.
Las modificaciones climáticas representan dificultades adicionales para la producción de alimentos, ya que las lluvias se están volviendo impredecibles y demasiado variables. En estas circunstancias se hace determinante el control y uso eficiente del agua, porque su disponibilidad determina el éxito o fracaso de un cultivo. La agricultura de temporal es la más directamente afectada por los patrones erráticos del clima, pero su dependencia de las lluvias puede aminorarse mediante la recolección y almacenamiento de agua, además de la agricultura orgánica.
Los cultivos orgánicos son una alternativa para los pequeños productores. El énfasis que ponen en la salud de los suelos hace que se eviten muchos de los problemas propios de los sistemas intensivos, como la compactación, la erosión, la salinización y la degradación. Al aplicar abonos orgánicos y coberturas verdes se obtiene un proceso conocido como mineralización, que significa que los minerales se fijan al suelo. Esta materia orgánica mineralizada –ausente de los fertilizantes sintéticos– es uno de los ingredientes esenciales que se requieren para mantener el agua en los terrenos.
Otro tema básico en la producción agropecuaria es el riego. Parte del éxito de la revolución verde fue expandir notablemente la superficie de cultivos de riego, lo que implicó que durante la segunda mitad del siglo XX el consumo de agua se cuadruplicara debido al aumento en la extracción del líquido de ríos, lagos y mantos freáticos. En esos tiempos a nadie le importaba un uso eficiente del agua y se desperdiciaba escandalosamente. Actualmente se hace mucho énfasis en que si se mejora la distribución y eficiencia del riego puede solucionarse el problema que significa la escasez de agua para estos fines, sin embargo, el concepto de eficiencia debe precisarse, ya que algunos lo entienden como la capacidad de no permitir que se desperdicie ni una gota de agua y no hay que perder de vista que parte del agua que se “pierde” en la producción agrícola vuelve a estar disponible para usarse en las partes bajas de las cuencas y las “pérdidas” por infiltración profunda recargan los acuíferos con agua que puede utilizarse nuevamente.
La manera más efectiva de asegurar un ahorro real de agua es reducir las pérdidas por evaporación; esto se consigue con riego por goteo y riego por aspersión. También evitando que se evapore a la atmósfera el agua de depósitos abiertos o suelos húmedos, o que fluya o escurra a suelos salinos o contaminados, desde donde ya no puede utilizarse.
Los campesinos que tienen pozos cuentan con mejores condiciones que quienes dependen del temporal o de los turnos de riego, pero esta opción entraña un alto riesgo: la sobreexplotación del agua subterránea, con el consiguiente descenso en sus niveles y el agotamiento de la reservas de agua potable. Este es un asunto en el que no hay que dejar de insistir, porque la extracción de agua subterránea no está suficientemente controlada y regulada. Aunque para que estos controles y reglas tengan la eficacia y equidad necesarias tendrían que funcionar a nivel local, al igual que la asignación del agua, el acceso a ella y los derechos de cada uno de los usuarios. Todos los actores involucrados deberían tener posibilidad de negociar esas normas.
El tema del agua para la alimentación incluye múltiples actores y aspectos, porque las decisiones que hay que tomar a menudo tienen un alcance mayor que la sola producción de alimentos. Cuando se ve al agua como recurso se le asigna un precio, y desde el punto de vista del mercado del agua la agricultura es un usuario de poco valor, lo cual pone en riesgo a la población rural y suburbana que depende de la agricultura para su subsistencia.
Sin duda es una prioridad lograr un uso sensato del agua en todos los ámbitos y producir más alimentos sin aumentar la presión sobre el ambiente. Las experiencias muestran que los proyectos de regeneración de cuencas que tienen como primeros destinatarios a los grupos más desfavorecidos y hacen énfasis en la subsistencia tienen más posibilidades de vincular la producción de alimentos y la eficiencia en el uso del agua. Las tecnologías de bajo costo tienen en estas circunstancias un papel fundamental en el mejoramiento de las condiciones de vida de estos grupos.
El desafío para el futuro es no sólo hacer crecer la producción, sino hacerlo con menos agua y lograr al mismo tiempo equidad social y el mantenimiento de la capacidad de regeneración de la naturaleza y el ciclo del agua.
La reproducción de la vida depende directamente tanto del agua como de los alimentos, y el acceso a ambos no debe, de ningún modo, sujetarse a una relación mercantil. No olvidemos que la mayor debilidad de un país es depender de otros para alimentar a sus ciudadanos.
Laura López López